Recuerdo que cuando era pequeña uno de los heroes de moda era el hombre invisible. Todas las tardes lo veíamos en la televisión cubierto de vendas, se las quitaba poco a poco e iba desapareciando hasta que no quedaba más que un sombrero flotando en el aire y un par de lentes. Los casos que investigaba eran apasionantes (o al menos eso nos parecía) y siempre lograba atrapar al malo gracias a su don de la invisibilidad. De más esta decir que imitarlo era uno de nuestros juegos favoritos. Por sorteo decidíamos quien de nosotros sería el hombre o la mujer invisibles, una vez elegido el candidato ya lo único que faltaba era conseguir un buen rollo de papel higienico (que tambien servía en caso de que se nos ocurriera jugar a la momia) y cubrirlo de pies a cabeza. Luego él o ella se iban quitando la "vendas" y al terminar este proceso ya estaba totalmente "invisible", todos los demas teníamos que fingir que no lo veíamos. Yo sentía mucha decepción cuando el sorteo no me favorecía pues por aquel entonces, ser invisible era algo divertido.
Ya lo fue menos cuando, años despues, tuve que practicar la invisibilidad (sin vendas ni nada) en mis sucesivos lugares de trabajo. Y es que este asunto de ser lesbiana y a la vez maestra no es cosa fácil. La docencia ya por si sola resulta un via crusis debido a los bajos salarios (situación que se dá en todas partes del mundo, por lo que he podido ver aquí), pero si va acompañada de una opción sexual no admitida socialmente, ello implica enfrentarse a la siguiente situación: si deseas trabajar no te queda más remedio que buscarte un trampolín, tomar impulso y hacer un gracioso salto ornamental, con dos volteretas mortales, dentro del closet, que despues cerraras con cadenas y candados a lo Harry Houdini, con la diferencia de que él al final de la función podía salir y tu no. Habrás de quedarte allí aunque el oxigeno sea escaso.
Al principio tratas de pasar inadvertida: llegas, te saludas con todos, cumples tus horas, haces tu trabajo, te vas; pero no falta pronto alguna compañera que empieza a indagarte a cerca de tu vida privada, sobre todo amorosa, pues el ecuatoriano promedio si no sabe (o por lo menos supone) con quien se encaman sus semejantes, no está tranquilo. Luego de saber que no estas casada (enarcando cejas por la sorpresa) viene la ineludible pregunta: "pero ¿estás saliendo con alguien?".Por supuesto tu sí estás saliendo con alguien pero no puedes decir "se trata de fulanita" así que intentas salir del paso con la menor cantidad posible de mentiras. Están también, como no, las reuniones del trabajo: agasajos para los profesores, kermeses, fiestas de fin de año. A todas ellas te indican ,con cierta malicia, puedes traer un acompañante si lo deseas. Y es que ya todas tus compañeras (y quizas hasta la rectora) se mueren de ganas de ver a tu principe azul, ése con el que sales. Llegado este punto le pides a alguno de tus amigos, el más atractivo (¡no vayan a pensar que eres bagrera!) que te acompañe. Y así vas saliendo de apuros una y otra vez, trabajo tras trabajo. Aunque parezca mentira donde más tranquila la pasas es en los colegios de monjas pues ellas ven como una virtud que una mujer no tenga novio (por supuesto piensan que eres célibe, jamás van a pensar que eres lesbiana). Las Madres practican aquello de "menos averigua Cristo y perdona", el único inconveniente es que son las que menos pagan.
Pienso en todos los establecimientos en los que he trabajado; en los padres de familia que estrechaban mi mano a fin de año para agradecerme lo que había enseñado a sus hijos, aquellos que decian con pesar "Miss Cicutarsénica, me enteré que el próximo año no estará con nosotros". ¿Cuantos de ellos no habrían sido los primeros en exigir mi salida si hubiesen sabido mi verdadera "condición"? .¿Cuantos de ellos no me hubiesen considerado un "peligro" para sus hijas?. Y lo peor de todo es que son buenas personas.
Estoy decidida: cuando regrese abandonaré la docencia.